Época: Primer franquismo
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1942

Antecedente:
Franco y la Segunda Guerra Mundial

(C) Stanley G. Payne



Comentario

Durante los años de Guerra Civil, Franco logró suprimir por completo la controversia política dentro de la Zona Nacional.
Los diferentes sectores de falangistas, carlistas, monárquicos alfonsinos, católicos políticos y oficiales militares que conformaban la coalición nacional, en su mayoría, pospusieron sus propias ambiciones políticas durante la guerra y la euforia de la victoria hizo que esta tendencia durara hasta el año 1939. Pero la formación del primer Gobierno de Franco de posguerra y los subsiguientes problemas del conflicto europeo pronto acabarían con este espíritu.

La preocupación primordial era el liderazgo central del nuevo régimen y la forma de gobierno en que derivaría antes o después la dictadura desestructurada de Franco. El líder carlista, Manuel Fal Conde y uno de los más destacados intelectuales alfonsinos, Eugenio Vegas Latapié, diseñaron los dos primeros bosquejos para un nuevo sistema constitucional que le fueron presentados a Franco en 1939. Ambas propuestas eran esquemas para un Estado monárquico basado en sistemas corporativos de representación. Como en ambas se presuponía que Franco cedería su cargo como Jefe del Estado, él las ignoró por completo.

Mucho más radical fue la propuesta de una especie de constitución falangista que preparó la Junta Política de la FET bajo el liderazgo de Serrano Suñer en 1940-41. Esta Ley de Organización del Estado empezaba con la siguiente declaración: "El Estado español es un instrumento totalitario al servicio de la integridad de la Patria. Todo su poder y todos sus órganos se deben a este servicio y están sometidos a Derecho y a los principios políticos y morales del Movimiento Nacional". A continuación definía un Estado de partido único basado en la FET, con un parlamento corporativo parecido al de la Italia fascista, en el que la Junta Política de la FET serviría como una especie de senado soberano. Esta constitución falangista preocupó tanto a los no falangistas como a quienes se oponían abiertamente a ella, y protestaron enérgicamente ante Franco. El proyecto se archivó sin más ruido. A pesar de la euforia fascista que hubo en Madrid entre 1940 y 1942, Franco no estaba preparado para comprometerse con una estructura política concreta.

El sector más duro de camisas viejas de la FET no se tomó bien esta reacción. Según las estimaciones, alrededor de un 60 por ciento de los que habían sido miembros de la Falange antes de 1936 murieron en la guerra civil. Entre los supervivientes el resentimiento constante hacia Franco, su actitud manipuladora y su derechismo o características reaccionarias seguía latente. Al final de 1939 un pequeño grupo de líderes falangistas de segunda empezaron a preparar el asesinato del Caudillo. Esta conspiración duró hasta el año siguiente y se mantuvieron conversaciones con los representantes del partido nazi en España, hasta que finalmente se abandonó. Los conspiradores reconocieron en marzo de 1941 que la propia Falange carecía de unidad y liderazgo, y que no sería capaz de dominar al Ejército sin contar con Franco.

Una de las actividades falangistas más importantes era el desarrollo de un sistema sindical nacional. La Organización Sindical se creó lentamente y con grandes dudas y vacilaciones en 1938. En enero de 1940 se promulgó la Ley de Unidad Sindical que subordinaba cualquier otra asociación económica al sistema. La Ley de Constitución de Sindicatos del 6 de diciembre de 1940 declaraba que los sindicatos estaban ordenados en milicia, bajo el mando de la FET y de las JONS.

El Delegado Nacional de Sindicatos de la FET era Gerardo Salvador Merino, uno de los nuevos líderes falangistas más radicales y ambiciosos. Soñaba con formar una Organización Sindical masiva de todos los trabajadores españoles, que fuera el núcleo de poder dentro del nuevo Estado. Los conservadores no falangistas se sintieron rechazados, aunque el blanco de sus iras era el cuñadísimo, Serrano Suñer, el segundo hombre más poderoso de España.

El fervor falangista se hizo más estridente con los triunfos militares de los alemanes en 1940-41. Donde más influencia tenía la FET, después de los sindicatos, era en la prensa y la propaganda, que desde 1938 estaban dominadas por Antonio Tovar, Subsecretario de Prensa del Ministerio de la Gobernación y Dionisio Ridruejo, Director General de Propaganda de la FET. Con el visto bueno de Serrano -que seguía supervisando todo lo referente a Gobernación y la FET-, Tovar firmó una orden el 1 de mayo de 1941 por la que se liberaba a todos los órganos informativos del Movimiento de la censura del Estado, creando así una prensa fascista independiente en España. Además, Serrano le pidió a su cuñado que aumentara el número de falangistas en el Gobierno y le sugirió a José Antonio Girón -un joven camisa vieja de Valladolid- para Ministro de Trabajo del nuevo régimen.

Franco aceptó, pero no podía ignorar la creciente rivalidad y envidia que existía entre el Ejército y los falangistas. Aquellos veían a los políticos civiles fascistas como advenedizos y oportunistas, que estaban más interesados en las potencias del Eje que en España. De ahí que se equilibrara la elección de Girón con una serie de nombramientos de figuras clave del Ejército y de personas conocidas por ser antifalangistas, entre ellas el coronel Valentín Galarza, el nuevo Ministro de Gobernación y el Capitán Luis Carrero Blanco, que sustituiría a Galarza como Subsecretario de la Presidencia -el puesto de ayudante político y administrativo más cercano a Franco-. Serrano había planeado que hubiera ligeros cambios en el gabinete para reforzar la influencia falangista, pero Franco -que sabía bien dónde estaba su poder- hizo que hubiera más nombramientos entre el personal antifalangista del Ejército y figuras de la derecha.

Esto motivó la crisis más grave a la que había tenido que enfrentarse Franco entre sus propios seguidores. Arriba denunció, indirectamente pero de forma insultante, el nombramiento de Galarza y diez jefes provinciales de la FET renunciaron a su puesto en señal de protesta. Franco se tomó su tiempo para actuar. No revocó ninguno de los nombramientos militares, pero en las dos semanas siguientes eligió a dos falangistas más para su Gobierno. Ratificó a Girón como Ministro de Trabajo, a Miguel Primo de Rivera -el único superviviente de los tres hermanos Primo de Rivera- le hizo Ministro de Agricultura y la vacante temporal que había en la Secretaría General de la FET se le ofreció a José Luis Arrese, pariente de la madre de José Antonio Primo de Rivera por su matrimonio.

Resultó una maniobra maestra. Girón demostró ser absolutamente fiel a Franco y fue Ministro de Trabajo durante 16 años, en los que empleó la demagogia falangista para engatusar a los trabajadores españoles. Primo de Rivera, que era una figura política bastante débil, se apaciguó tras su nombramiento. Con Arrese Franco logró, por primera vez en cuatro años, domesticar por completo no sólo a los camisas viejas, sino también a los demás miembros de la FET. Leal a Franco hasta el servilismo, Arrese no estaba a gusto con Serrano y los falangistas radicales. Su tarea sería eliminar los aspectos fascistas del falangismo, convertirlo en fiel servidor de Franco y dar mayor relevancia a su identidad y sus valores católicos. Igual de importante resultó el nombramiento de Luis Carrero Blanco como Subsecretario de la Presidencia. Enormemente conservador y católico devoto, este oficial de la Marina representaba mucho más los valores y actitudes de Franco que Serrano Suñer, por quien Carrero tenía aversión. Al contrario que Serrano, Carrero carecía de ambición personal o egocentrismo político; sólo quería servir fielmente al Generalísimo. Pronto sería no sólo el brazo derecho de Franco en cuestiones políticas y administrativas, sino casi su alter ego, en quien siempre se podía confiar y su papel en el Régimen se haría progresivamente más relevante hasta su asesinato en 1973.

De modo que en el mismo momento en que el fascismo estaba en su momento culminante en Europa, el Régimen español se empezaba a desfascistizar lentamente. El más radical y simpatizante nazi de los líderes falangistas, Salvador Merino -Delegado Nacional de Sindicatos, se encontraba en Berlín cuando estalló la crisis en Madrid y, al parecer, consultó a varios oficiales nazis sobre la posibilidad de derrocar a Franco y sustituirle con una figura más fanática del nazismo. Pero, de hecho, los días de Merino -y no los de Franco- estaban contados, ya que tanto los altos mandos del Ejército como los nuevos líderes de la FET estaban decididos a acabar con él. En julio aparecieron pruebas de que había sido francmasón -lo que equivalía, a los ojos de Franco, a ser comunista- antes de la guerra civil. Se le destituyó de todos sus cargos y se le envió a un exilio interno en las Baleares, poniendo fin a su carrera política.

Arrese creó una Inspección de Depuración dentro de la FET y durante los siguientes cinco años expulsó a casi 6.000 de los miembros políticamente poco fiables. El 12 de noviembre se abolió la estructura que se había creado en 1938 de 12 Servicios Nacionales para formar una administración falangista a la sombra del Gobierno, y se sustituyó por cuatro Vicesecretariados más limitados, Obras Sociales, Educación Popular y una miscelánea de Servicios. El primer Vicesecretario de Educación Popular -que controlaba la prensa y la propaganda- fue el ultracatólico Gabriel Arias Salgado, procedente de Acción Católica y de la ACNP más que del fascismo duro. Serviría largos años como el máximo responsable de censura y propaganda del Régimen, pero dirigiría paulatinamente la propaganda hacia un catolicismo de derechas y no al fascismo radical.

El resultado fue que Serrano vio cómo se iba debilitando su poder, lo que hizo que se apoyara cada vez más en su relación con Roma y Berlín para fortalecer su posición en Madrid. Incluso allí no estaba seguro, ya que los oficiales nazis se mostraban recelosos hacia el jesuítico Ministro español de Exteriores, de quien sospechaban que era demasiado católico para ser un nazi auténtico y a quien consideraban responsable de la negativa de Franco a formalizar una fecha para entrar en la guerra.

La tensión política interna aumentó en 1942 y especialmente la rivalidad que siempre había existido entre el Ejército y la FET. La desradicalización que estaba llevando a cabo Arrese entre las bases de la Falange era un proceso lento y progresivo que necesitaría algunos años para completarse. Mientras tanto, seguía creciendo el resentimiento de los oficiales hacia los falangistas en general y Serrano en particular. Algunos de los generales más abiertos le exigieron personalmente a Franco que echara a su cuñado del Gobierno. Los falangistas radicales mantuvieron reuniones subversivas con los oficiales del Partido Nazi, mientras generales destacados comentaban entre ellos sobre la necesidad de llevar a cabo cambios básicos en el Gobierno español. El General Antonio Aranda, el mayor entrometido de la comandancia, alardeaba con los diplomáticos británicos -de quienes, al parecer, recibió enormes sobornos- de ser el líder de una "junta de generales que planeaba derrocar a Franco", aunque no hay duda de que era una exageración.

La reunión del gabinete del 4 de mayo de 1942 se convirtió en una violenta sarta de recriminaciones entre falangistas y militares. Entretanto, la escalada de tensión y los cambios que había habido en la situación internacional animó a monárquicos alfonsinos -seguidores de su sucesor don Juan, Conde de Barcelona- y carlistas a tomar mayor acción política. El resultado fue el estallido de enfrentamientos públicos entre jóvenes monárquicos y falangistas en Madrid y en otras ciudades entre la primavera y el verano.

Esta rivalidad llegó a su punto culminante el 16 de agosto de 1942 en una reyerta sangrienta delante del santuario de la Virgen de Begoña en Bilbao. Varios falangistas lanzaron granadas de mano a un grupo de carlistas cuando salían de la iglesia, hiriendo a varios. Entre la muchedumbre estaba el carlista José Enrique Varela, Ministro del Ejército, por lo que el incidente enseguida se calificó no sólo como un ataque a los carlistas, sino también como intento de asesinato del Ministro del Ejército. Tanto el propio Varela, como Galarza, Ministro de la Gobernación, despacharon mensajes en este sentido a los capitanes generales y gobernadores civiles de toda España. Varela y otros generales exigían una compensación inmediata, hasta el punto de que una conversación entre Varela y Franco fue tan exaltada que sobrepasó los límites de las buenas maneras.

El Generalísimo se dio cuenta de que tendría que tomar medidas contra los falangistas, pero estaba indignado con Varela y Galarza por el extremismo y la independencia que habían demostrado en su reacción. A este último le sustituyó en Gobernación a principios de septiembre Blas Pérez González, un jurista muy astuto y capaz que había sido Catedrático de Derecho en la Universidad de Barcelona y que era Comandante del Cuerpo Jurídico Militar. Varela era más difícil de sustituir y Franco terminó por poner en su puesto al General Carlos Asensio, que era proalemán, pero muy leal y eficaz. Al parecer le dijo: "¿Qué queréis? ¿Que yo salga un día de aquí con los píes por delante?" (Serrano Suñer en H. Saña, El franquismo sin mitos: Conversaciones con Serrano Súñer, Barcelona, 1982, 267).

La Falange recibió su castigo con la expulsión de Serrano, quien ya no tenía ningún puesto político, y el Consejo de Guerra y posterior ejecución de uno de los falangistas que lanzaron las granadas. Arrese fue ratificado a la cabeza de la FET, mientras que su rival Serrano, arrogante y presuntuoso -de quien su amigo el embajador alemán dijo que era el hombre más odiado en España- desaparecía de la escena. El resultado fue aceptable para el Ejército, pero el sector radical de la Falange tuvo que sufrir una derrota más y de ésta ya no se recuperaría.

Es importante destacar que, a pesar de la prominencia de la guerra y de los acontecimientos internacionales, las dos crisis de 1941 y 1942 habían estado motivadas por rivalidades políticas internas -más concretamente en el caso de la de 1941-. Franco demostró su habilidad para maniobrar con astucia entre los sectores políticos que sustentaban el Régimen y, en general, fortaleció su administración con ministros nuevos que no sólo fueran completamente leales sino más eficaces política y administrativamente. El Ejército continuó con su papel protagonista, pero la FET -más servil ahora que antes- siguió teniendo cierta influencia.